IGF-1 o factor de crecimiento insulínico tipo 1 es una hormona de crecimiento, cuyos niveles aumentan en la infancia, porque necesitamos crecer, y disminuyen cuando nos hacemos adultos, ya que dejamos de tener la necesidad de crecer más.
Independientemente de nuestra edad o fase de crecimiento, cuando consumimos mas proteína de la que toca, nuestro organismo necesita hacer algo con todo ese exceso. Así que nuestro hígado empieza a producir IGF-1, el cual informa a las células de nuestro cuerpo que tiene que empezar a crecer y multiplicarse (1). El problema radica en que algunas de estas células nuevas podrían ser tumores. Por lo cual, cuando somos adultos, el crecimiento celular es algo que queremos ralentizar, y no acelerar. Así que seria razonable mantener un nivel adecuado, que no excesivo, de ingesta total de proteínas (2).
Si nuestros niveles de IGF-1 se mantienen altos cuando somos adultos, existe un mensaje constante de crecimiento, división y continuo crecimiento a nuestras células. Por lo cual, no es sorprendente observar que cuanto mayor es el nivel de IGF-1 en nuestra circulación sanguínea, mayor es nuestro riesgo de cáncer. Más IGF-1, más cáncer de mama, más IGF-1, más cáncer de próstata etc… (3).
IGF-1 ayudan a las células cancerosas a salir del tumor principal, migrar a tejidos adyacentes, e invadir la circulación sanguínea (metástasis). Ayuda a transformar células normales en células cancerosas en primer lugar, luego las ayuda a sobrevivir, proliferar, renovarse, crecer, migrar, invadir, estabilizarse en tumores nuevos, e incluso enganchar el riego sanguíneo a estos tumores nuevos. Por lo que demasiado IGF-1 cuando somos adultos podría significar cáncer (4).
En el año 2002 un estudio comparativo de los niveles de IGF-1 entre omnívoros, vegetarianos y veganos mostró que aquellos que consumían proteínas de origen vegetal tenían unos niveles de IGF-1 significativamente menores que los omnívoros, los cuales presentaban los niveles más altos de todos (5). Uno de los mayores estudios prospectivos sobre la dieta y el cáncer descubrió que la incidencia de crecimiento de todos los tipos de cánceres combinados era menor entre aquellos que llevaban una dieta mayormente orientada hacia los vegetales. La razón de esto podría ser que el menor consumo de productos de origen animal; menos carne, menos huevos, menos leche… resulta en niveles más bajos de IGF-1, lo cual significa menor crecimiento del cáncer (6).
Aquí tenéis el experimento que señaló al IGF-1 como el villano. En una dieta a base de vegetales, el crecimiento de las células cancerosas disminuye y la muerte de las células cancerosas se dispara. A continuación cuando se añade el IGF-1 que había desaparecido de cuerpo por haber empezado a comer de una forma mas saludable, el crecimiento de las células cancerosas vuelve a comenzar. Eliminando el efecto de la dieta, como si nunca se hubiera empezado a comer de una forma saludable (7).
En el 2014 un estudio realizado en mujeres y hombres de mediana edad (50-65), mostró que ingestas elevadas de proteína animal, pero no vegetal, se correspondía con un aumento en la mortalidad total del 75%, y un riesgo cuatro veces mayor de morir especialmente de cáncer. Lo cual tiene sentido dado que los niveles de IGF-1 son más altos (8). La Universidad de California del sur publicó un comunicado en relación al estudio con el siguiente titular; “Esa alita de pollo que estás comiendo puede ser tan mortífera como un cigarrillo”, con la subsiguiente explicación de que una dieta alta en proteínas de origen animal durante la madurez (50 a 65) nos hace cuatro veces más propensos a morir de cáncer. Una índice de mortalidad comparable a fumar cigarrillos (9).
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